MARLON BRANDO, EL SEÑOR DE LAS CONGAS APASIONADO DE LA
MÚSICA AFROANTILLANA, DEAMBULÓ DESDE JOVEN POR
ANTROS DE NY |
POR:
Ernesto Márquez
Fotos: Archivo
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"El
descubrimiento de la música cubana estuvo a punto de hacerme
perder la cabeza", confiesa Marlon Brando en el libro autobiográfico
Las canciones que mi madre me enseñó (Grijalbo, 1994),
en el cual se le ve -en una de las fotografías que lo ilustran-
perlado en sudor, tocando los cueros en un cabaret de La Habana.
Esa
confesión alude a una de las múltiples facetas un
tanto desconocidas del gran actor. La música y el baile antillano
fueron su pasión desde jovencito, cuando al ser estudiante
del Actor's Studio los descubrió en los antros latinos de
Manhattan.
Percusionista
aficionado y extraordinario bailador, era asiduo concurrente a las
noches latinas del Palladium. Y aun cuando tenía función
de teatro corría al galerón de la 53 y Broadway a
dar rienda suelta a sus emociones.
"Todos
los miércoles por la noche había un concurso de mambo
en el Palladium -cita en el libro-, y yo lo esperaba ansiosamente
durante toda la semana. Allí tocaban Tito Puente, Willie
Bobo, Tito Rodríguez y las mejores orquestas afrocubanas."
Corría
la década de los años 50 y el Palladium Dance Hall
era el sitio más popular entre la colonia hispana de Nueva
York. Su pista de baile podía albergar mil parejas a la vez,
mientras las orquestas tocaban de manera incesante.
"Nadie
que asistiera al Palladium podía pensar en otra cosa que
en bailar -relata Brando-. Aquel ambiente era fabuloso. Daba la
impresión de que todos los puertorriqueños de Nueva
York salían a la pista de baile y se quitaban de encima las
frustraciones acumuladas durante la semana, mientras trabajaban
de camareros o empujaban un carrito en la zona de la ciudad dedicada
a la ropa para mujer. La gente movía el cuerpo de forma inimaginable
al ritmo del mambo, el baile más hermoso que había
visto jamás."
Marlon,
que de adolescente quiso ser baterista de jazz, anhelaba tocar en
una de aquellas bandas. "Siempre me había sentido estimulado
por el ritmo, incluso por el tic tac del reloj, y los ritmos que
ellos tocaban me resultaban irresistibles. Cada orquesta solía
tener dos o tres tambores de conga, y yo no podía quedarme
quieto al oír sus extraordinarias y complicadas síncopas.
Había sido bastante bueno tocando la batería, pero
nunca había tocado la conga. Después de ir al Palladium
abandoné la batería y me compré unos tambores
de conga."
En
las noches deambulaba por los bares rumberos de Harlem en busca
de una oportunidad para poner en práctica los avances en
el instrumento; hubo ocasiones que llegó a sobornar al director
o responsable de la orquesta para que le permitieran tocar los cueros,
ya que ningún tamborero aceptaba dejar el instrumento en
manos de un blanquito.
En
su formación de conguero tuvo varios maestros, la mayoría
puertorriqueños, pero al que más recordaba era al
rey del timbal, Tito Puente, "un genio que sabía cómo
combinar tiempos y darle sentido a los tambores para provocar a
la gente (...). De él aprendí más que de nadie".
Por eso los enterados dicen que esa parte de la película
Los reyes del mambo en la que Tito permite que César Castillo
(Armand Asante) descargue en las pailas, sucedió en verdad,
pero con Marlon atacando los cueros. Y que la discusión entre
un proxeneta y su chica, origen del pleito que termina con un baleado,
fue provocada por el propio Brando.
Por
las mañanas en el Palladium se daban clases de baile con
la razón social de Alma Dance Studios. Brando acudía
a ellas con regularidad y muy pronto se distinguió como alumno.
Con el fin de mejorar su arte danzario se inscribió en los
cursos de Catherine Dunham, bailarina negra que había vivido
un tiempo en Cuba y quien, entre otras danzas primitivas, enseñaba
la conga, la rumba, el cha cha chá y el mambo.
"Yo
me sentía hipnotizado con todo aquello, aunque cada vez que
tenía la posibilidad de elegir entre tocar los tambores o
bailar, prefería tocar."
Una
mañana de marzo de 1956 mientras cumplía ciertos compromisos
laborales en la ciudad de Miami, Brando sintió "el imperioso
deseo" de bailar rumba "de verdad" y comprar unos
tambores en La Habana. Sin pensarlo dos veces tomó el primer
vuelo a la capital cubana y al llegar al aeropuerto llamó
a su amigo Sungo Carreras, pelotero de grandes ligas y conocedor
de sus aficiones rumberas, para que le ayudara en su cometido.
"Sungo,
estoy aquí y tengo ganas de oír música cubana,
de la buena. ¿Podríamos ir a los cabarets de la playa
o algo así? No quiero ir a los cabarets elegantes porque
no me sentiría cómodo."
Tras
pasar Sungo por él al Hotel Packard, donde el actor se había
hospedado con el nombre de Mr. Baker para, según esto, pasar
inadvertido, ambos emprendieron el camino rumbo a los humildes locales
de Playa Marianao.
Por
ese entonces La Habana era el destino preferido del turismo adinerado
que le gustaba asistir a los casinos y elegantes cabaretes. De tal
forma que los únicos lugares donde realmente se escuchaba
la buena música cubana estaban ubicados en esa parte de la
ciudad. El Pompilio, El Ranchito, el Pennsylvania, La Taberna de
Pedro, Los Tres Hermanos, y, por supuesto, La Choricera (donde destacaba
por su estilo y dones timbaleros Silvano Chueg Echavarría
El Chori), eran los espacios que se brindaban ad hoc al gusto rumbero
de Brando.
Durante
esa primera noche en La Habana, el actor se desmelenó bailando
la buena rumba y el cha cha chá con las hermosas mulatonas
habaneras hasta que, como era de esperarse, fue descubierto por
fotógrafos y reporteros que lo empezaron a hostigar, al grado
de que éste tuvo que emprenderla a puñetazos contra
unos cuantos. La fiesta terminó en huida y sin llegar a cumplir
el deseo de comprar los tambores y descargar con alguna de esas
bandas.
Cuentan
que a la noche siguiente Brando llegó al Tropicana sólo
con la intención de comprarle las tumbadoras al percusionista
de la orquesta de Armando Romeu y que éste se negó.
Entonces Sungo lo llevó a casa de Constantino Calá,
fotógrafo y rumbero aficionado, del quien sabía que
era poseedor de "un par de extraordinarios tambores".
Constantino también se negó, so pretexto de que aquellos
tambores tenían aché ya que habían pertenecido
a Chano Pozo, "el más grande".
Ganga: Un par tumbadoras
Casi
a punto de dejar aquello por la paz Brando fue visitado en su hotel
por alguien que, enterado de que había buena plata de por
medio, le ofrecía un par de tambores "de la misma calidad
de los de Chano" por 90 pesos.
"¡Coño,
eso es caro!", exclamó Sungo. "Qué va -replicó
Brando-, las tumbadoras son una verdadera ganga. ¡Noventa
pesos! Es cara para un cubano, pero para un estadunidense, siendo
auténtica, es muy barata. Yo tengo seis como estas. I love
tumbadoras."
Esa
noche, para celebrar, se fueron a ver a El Chori en el Choricera
Club. Allí, el célebre actor pudo hacer realidad uno
de sus sueños: tocar junto al increíble timbalero.
Al principio, El Chori puso reparos a actuar con un no profesional,
así fuera el mismísimo Marlon Brando. El actor le
argumentó que él no era ningún improvisado.
"Vengo tocando los tambores desde 15 años atrás",
le dijo. El Chori aceptó a regañadientes, ya que como
buen profesional no perdonaba una a la hora de enfrentarse a los
cueros. Grande fue su sorpresa cuando Brando se encaramó
a la tarima y dio toda una demostración del buen hacer tamborero.
Incontenible,
espontáneo
Al
día siguiente la prensa de sociales destacaba: "La noche
de ayer la pasó el actor estadunidense Marlon Brando bailando
y tomando ron en uno de los humildes cabarets de Playa Marianao,
pero lo que más asombró a los ahí estaban reunidos
fue comprobar sus dotes de tamborero". Lo calificó de
"incontenible, espontáneo y salvaje".
Aquella
primera estancia de Marlon Brando en La Habana duró tres
intensas noches tras las cuales el actor se volvió a los
Estados Unidos con una resaca increíble, su par de tambores
y el enorme deseo de repetir la aventura.
Antes
de marcharse fue entrevistado por la revista local Carteles, a la
que confesó que él había llegado a Cuba por
la música, para escucharla de viva fuente y que regresaría
a La Habana porque la ciudad le apasionaba. "A mí me
gusta extraordinariamente La Habana de noche... El mar es muy curioso.
Es como el cielo. Uno puede ver las cosas que quiera imaginar..."
Julio
2004
Importante:
Se puede bajar y usar las fotos libremente
siempre cuando se cita AmericaSalsa.com
como fuente |